La
siesta interrumpida
Quince años atrás, la vida los había separado. Sus
destinos cambiaron de rumbo y el amor que los unió de jóvenes, debió quedar
guardado, postergado en sus corazones. Una calurosa siesta de verano, en su pequeño
Tapalqué natal, fue testigo de su último encuentro.
Mercedes, obediente y ambiciosa, siguió los pasos de su
esposo, un acaudalado ganadero, a quien su suegro se la había prometido.
Augusto, desolado e idealista, partió hacia Europa, a terminar sus estudios de
conservatorio, y formó pareja con una pianista rusa.
La muerte los volvió a reunir cuando menos lo
esperaban. No tuvieron tiempo de pensar en la posibilidad de reencontrarse. Los
teléfonos avisaron y en 24hs ya pisaban, nuevamente, suelo argentino. El
trayecto hasta el pueblo pasó entre la tristeza por el duelo y la nostalgia al
recorrer aquellos paisajes tan añorados.
Primero llegó Augusto, al rato Mercedes. Cada uno con
su pareja. Al entrar al velatorio, se saludaron con familiares, amigos,
antiguos vecinos. Llanto, abrazos, emoción, susurros, miradas.
Augusto se acercó al cajón con miedo, “parece dormido, nadie
diría que ya no está ahí”, pensó. Se quedó a su lado, recordando cómo su abuelo
le había enseñado las primeras notas a sus 5 años. Luego de unos minutos, se
arrimó Mercedes. Lo miró sin verlo. Se inclinó para besarle las manos al abuelo
muerto y al incorporarse lo reconoció. Sintió que se desvanecía. El salón la
asfixiaba, el perfume de las flores la mareaba. Divisó una puerta a la derecha
y, como pudo, salió de la sala. Inmediatamente, Augusto la siguió, Mercedes
lloraba de espaldas a él. Sin decir una palabra, la abrazó, ella giró y se
besaron.
Todos esos años de distancia desaparecieron al
sentir sus labios húmedos y tibios nuevamente. Los recuerdos de su mejor época revivieron,
con la muerte del abuelo, que por unos instantes fugaces, volvió a juntar a los
primos Calcaterra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario